Las gotitas de café, esas putas lágrimas negras. Domingos en
ruta, trazábamos el mapa sobre una servilleta. Un ramillete de hierba había
brotado entre las grietas de aquella aburrida losa de hace nueve siglos: su
delicado baile al viento es un ejercicio de ingenua esperanza frente a la noble
resistencia de la roca.
Durante el trayecto, canciones tristes de Andrés y Dylan. El
débil tintineo de mi pie sobre el pedal dirige mi pobre búsqueda hacia ninguna
parte. El vaho araña el cristal de este viejo buga, y se coló un poco de
aire en la cicatriz. Mi corazón no es un buen compañero de viaje.
Mi cerebro está sangrando por las punzadas de aguja de mis
limitaciones, pero unos tímidos rayos solares iluminaron el horizonte que tenía
ante mí, tras el volante. Circulábamos al borde del precipicio: a un lado estas
putas lágrimas negras y más allá del vacío un extraordinario apego a la vida.