17 de noviembre de 2016
Ya no escribiré más
El día arranca con
esfuerzo, como mi viejo Volvo. Los primeros rayos de luz pálida irrumpen con
una cierta ironía en mi cuarto mal ventilado. El cielo exhibe su gama de
colores, gris, púrpura, gajitos de naranja. El sol todavía no extiende su
imperio monocromático sobre esta sabana urbana. Las luces primigenias del alba
encandilan al madrugador soñoliento en las mañanas frías de otoño. Su
espectáculo es un baile de polutas de polvo sobre la azotea violeta de los
edificios. Los amaneceres son un paréntesis de indefinición, abren al soñador
una puerta hacia otra parte, lo sumen en delirios de grandeza... o de
perpetuidad. Pero sólo los locos y los suicidas cruzan el umbral; al resto
apenas le toca aceptar la losa de su finitud, el portazo de un nuevo día...
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