17 de noviembre de 2016

Ya no escribiré más

El día arranca con esfuerzo, como mi viejo Volvo. Los primeros rayos de luz pálida irrumpen con una cierta ironía en mi cuarto mal ventilado. El cielo exhibe su gama de colores, gris, púrpura, gajitos de naranja. El sol todavía no extiende su imperio monocromático sobre esta sabana urbana. Las luces primigenias del alba encandilan al madrugador soñoliento en las mañanas frías de otoño. Su espectáculo es un baile de polutas de polvo sobre la azotea violeta de los edificios. Los amaneceres son un paréntesis de indefinición, abren al soñador una puerta hacia otra parte, lo sumen en delirios de grandeza... o de perpetuidad. Pero sólo los locos y los suicidas cruzan el umbral; al resto apenas le toca aceptar la losa de su finitud, el portazo de un nuevo día...

6 de septiembre de 2016

¿Volveré a escribir?

Tras ojear toda esa maraña de versos, frases sueltas, párrafos y hojas enteras de vómito, sólo una pregunta sobrevuela como un buitre este andamio ya oxidado: ¿mereció la pena?

30 de junio de 2016

En la frontera

Arrimas un poco más el hombro, vuelves a sentir un vértigo letal al mirar hacia atrás. Tus versos reposan en losas, entre sus grietas han brotado flores aderezadas con soles y lágrimas. Rozas el filo con la yema del dedo. Las gotas arrastran su delicado volumen por el cristal, capturan un destello, arrojan estrellas fugaces.

Continúas tirando de ese diminuto hilo de esperanza que pende y te agarra, aquel que levita en paisajes donde creíste acercarte a la esencia. Su aroma huye tras una cola de viento, lo persigues como un náufrago su tabla de salvación.

La soledad y el miedo son manchas que sólo se quitan con un buen chorro de lejía sobre el corazón. Cae la tarde, suspiras y exhalas los últimos ramilletes de polvo que brotan del pulmón. Andas más cerca, no estás seguro, pero estás más cerca.

19 de marzo de 2016

Volvo 460 II

Las gotitas de café, esas putas lágrimas negras. Domingos en ruta, trazábamos el mapa sobre una servilleta. Un ramillete de hierba había brotado entre las grietas de aquella aburrida losa de hace nueve siglos: su delicado baile al viento es un ejercicio de ingenua esperanza frente a la noble resistencia de la roca.

Durante el trayecto, canciones tristes de Andrés y Dylan. El débil tintineo de mi pie sobre el pedal dirige mi pobre búsqueda hacia ninguna parte. El vaho araña el cristal de este viejo buga, y se coló un poco de aire en la cicatriz. Mi corazón no es un buen compañero de viaje.

Mi cerebro está sangrando por las punzadas de aguja de mis limitaciones, pero unos tímidos rayos solares iluminaron el horizonte que tenía ante mí, tras el volante. Circulábamos al borde del precipicio: a un lado estas putas lágrimas negras y más allá del vacío un extraordinario apego a la vida.