Fui un
superviviente
acorazado
tras la persiana.
Tiré mi ropa
por la ventana
y me tumbé en
el césped.
El Sol me
tostaba la cara,
así que me di
la vuelta, y estrellé
mi nariz
contra la hierba.
Dormí unas
horas y desperté
con el último
haz de luz dorada.
Conjugué en un leve suspiro
un millón de
ráfagas huracanadas.
Me levanté
con el pulso inerte,
y la
necesidad de echar un trago
urgente de
agua.
Di cuatro
pasos y me desmayé.
Recuerdo que
en el instante previo
me sentía excesivamente contento.