Te
vi agarrado a esa pila de pastillas fúnebres, como un náufrago a su tabla de
auxilio.
Enciendes
un pitillo y pones a Bob Dylan cuando quieres ponerte triste. Sí, yo también he
sentido cómo titubea el pulso de mi mano frágil ante un quejido. A mí también
me ha hecho daño el hálito nostálgico que desprende a veces un café,
hirviéndote. Y es cierto que el corazón no duele, pero a veces sufre.
Abandono
un momento el misticismo de este vaso arrimado al vientre. Me limito a observar
las polutas de polvo que levitan y dotan de relieves este rayo de luz, a media
noche. Solo soy un humilde campesino que recoge con sosiego feroz los frutos de
la siembra del último año.
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