Bajé sumido en conjeturas
hasta el piso de abajo.
La escalera
era estrecha y la pared
amarilla.
Sentí como un ejército
de luciérnagas
a mis lados.
Después de estropearme
en el baño,
ante el espejo,
subí al piso de arriba.
Me esperas
en una banqueta de madera
roída.
Hueles aún a cerdo.
Apreté un trago de whisky
antes de rendirme
cuentas.
Me consuelan
los intervalos breves
de bálsamo y tregua.
Un hombre corriente comía
tallarines con verdura
y afuera corre una brisa
de cojones.
El paso del tiempo pierde
peso
si te miro.
Me dejo caer
ante este devenir incomprensible
de acontecimientos.
“Tráigame la cuenta,
camarero,
que ya nos vamos”.
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