Trece diminutas esferas de polvo levitan tras la cortina. Su ceremonioso desfile es un sonajero mudo, la llaga de una herida casi imperceptible. Un hedor delicioso brota del piso de abajo, así que debe ser ya la hora de comer. Cinco rayos de sol penetran con delicadeza en la habitación, como queriéndome retirar el moho de los párpados. Afuera, unos treinta y dos pajaritos de alquitrán posan su vientre en los aledaños de la terraza de un bar.
Los números
cuadran y la realidad recorre coqueta esta área, sí, pero una sombra detrás de
su velo está arrastrándonos a un rincón sin luz. Un eco sordo está dejándome
nada… Tenías razón, hay portazos que suenan mucho más cuando no se dan.
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